
Una tarde de tantas, sabiéndose etéreo y caprichoso, quiso el aire jugar con la alquimia de los sonidos. Pobre iluso. A la vez que ese viento solapado, las musas de Michael Reckling andaban enredadas jugando con su mente, hilvanando notas de un pentagrama en blanco. Trazaba Michael siete composiciones, siete. Número singular. Como un mosaico sonoro en torno a tubos alineados con certera precisión. La Fantasía Flamenca asomó sus acordes como esa invitada a la fiesta que pretende no perderse en la maraña de notas. El cuco quiso tener su danza. Los aires transparentes de un vuelo de alas al abrigo de la imponente figura de molinos sonoros para dejar huella en la breve estancia de la partitura. Michael se deja llevar sopesando fuerzas, acordes, cual patrón de yate amarrado a unos teclados varados en tierra. ”Recuerdos de juventud” lleva por nombre la penúltima pieza de un conjunto de aquilatado colorido. ¿Cómo no evocar, siquiera entre blancas y negras, lo que antaño fue? También en esa laguna de la música callada reposan vivencias que merezcan la pena transportar por el torrente vertiginoso de la memoria. La música va apareciendo, tomando cuerpo. Rivalizando con el aire perecedero, riéndose de su fuerza efímera. Quiso el aire jugar con la alquimia de los sonidos sin saber que por aquella senda de la música, Michael Reckling campaba de antemano someter a su inspiración cuanto de largo tuviera una canción, una fantasía hecha armonía para el deleite de quien se quiera parar a escuchar la obra finalmente acabada. Aire, sonido, compás, medida, espíritu, sueños…. elementos al unísono que aglutina un álbum de estampas sonoras: Michael y su música. La música, compañera legendaria de su existencia. Señoras y señores: adéntrense en el bosque multicolor de sus composiciones. Déjense atrapar por sensaciones que, de nuevo, el aire y su atrevimiento esparce en cualquier tarde. Michael lo ha compuesto. Cada cual, deguste a su modo cada pieza. F. Rodríguez Sánchez Marbella 31 marzo 2024 |
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